Apuntes breves del debut.
Lo primero: se ganó. Es fundamental (salvo para el milagroso equipo del ’90 y el ininteligible del ‘02) arrancar con buen pie.
La Argentina jugó de manera algo más que aceptable ante un rival del medio. Ni un cuco ni un bodoque. Dos caras de una misma moneda: creó una gran cantidad de situaciones de gol y sólo concretó una, pero mucho tuvo que ver la gran tarea del arquero nigeriano.
El Gringo Heinze nos entregó el gol que, desde hace años, esperábamos de él, aunque no suele cabecear desde tan abajo. Tres joyas en una: la jugada previa, el corner y la definición.
A propósito de gemas, asomó el Messi que no habíamos podido apreciar cuando se viste de celeste y blanco. Delante de él, poco de Higuaín y un segundo tiempo de Tévez que fue sólo de pelea. Milito debió haber entrado mucho antes, aunque tampoco mostró demasiado.
La gran incógnita que era la defensa no pasó zozobras, más allá de un par de veces que Jonás quedó pagando hasta que se acomodó. Sigo creyendo que sería mejor dejar claramente tres atrás y que el Galgo se ubique más cómo volante que puede retroceder que como lateral que se adelanta. Pero se notó que hubo trabajo táctico. También en ataque.
Mascherano fue Mascherano. Se robó el medio. Claro que para muchos es difícil apreciar a un jugador así porque se encandilan con los que llevan la pelotita.
¿Da para descorchar champagne? De ninguna manera. Sólo fue el primer peldaño de una escalera de siete y ahora viene Corea del Sur que le ganó con autoridad a una Grecia tan descalabrada como su economía. Esa sí puede ser una buena referencia para saber dónde está parado el equipo argentino y a qué puede apuntar.
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