viernes, 29 de junio de 2007

“Camporita, ¿qué hora es?”

Contaban los “contreras”, los antiperonistas de la Libertadora que un día Perón hizo esa pregunta y, solícito y sumiso, Héctor Cámpora le respondió: - ¡La que usted quiera, mi General!

Dudo que esa respuesta haya existido. Pero la supuesta anécdota, repetida por gente de todos los partidos, retrató para siempre a Cámpora como la imagen del obsecuente sin límites. Pero no fue el único. En la política son legión.

También en el periodismo hay carradas de tipos que pagarían por poder adivinar los deseos del jefe y satisfacerlos antes de ser expresados. Alguien que supo ser amigo mío decía en broma que no le quedaba otro camino que la obsecuencia: “Capacidad no tengo y mina no soy”.
Esta idea campea en los cuerpos legislativos, donde muchos, en nombre de la disciplina partidaria, son capaces de preguntar a su jefe político cuántas veces deben defecar por día.

Cuando llegan a puestos de poder, la obediencia y la falta de conocimientos son su mejor currículum. Sirven para todo. Es cierto que un gran médico no necesariamente es un gran Ministro de Salud. Pero dando vuelta ese argumento, algunos aceptarían el Ministerio de Salud sin haber pisado la Facultad de Medicina.

Pues bien. Hoy pretenden convencernos de que todos (TODOS) los integrantes del Frente para la Victoria y el Partido Justicialista de la Cámara de Diputados bonaerense aprobaron la jubilación de privilegio para los Intendentes de la provincia. Y lo hicieron motu proprio. Sin hablar siquiera con sus jefes Kirchner, Solá y Randazzo. Y les creo.

El Presidente, el Gobernador y el Ministro de Gobierno, cuando percibieron la reacción negativa de la gente, salieron a denostar el proyecto. Y les creo esa indignación ¿eh? También a Scioli. Casualmente ellos van a cobrar una jubilación de privilegio cuando dejen sus cargos. Es más, ya cobran alguna por los anteriores servicios prestados. Pero les creo.

Como también a los intendentes con más peso en el esquema de poder (Pereyra, Descalzo) que "no sabían nada".

Es más. Les prometo a esos intendentes, a Kirchner, Solá, Randazzo, Scioli y los Diputados que voy a creer en todo.

En el corto plazo la que va a salir ganando es mi hija. No voy a poder enojarme más con ella cuando desordena su habitación. Le voy a creer que los juguetes se desparramaron solos por el piso.

jueves, 28 de junio de 2007

Tranquilos, que no están matando al fútbol

Existir o no existir, éste es el problema.
Ya no es problema para Marcelo Cejas. El lunes 25 dejó de existir. El martes 26 lo enterraron. El domingo 24 (no el miércoles 27) lo olvidamos. Porque en el fútbol argentino olvidamos a los muertos antes de que fallezcan. Porque ya están muertos desde antes. Sólo falta el acto protocolar de poner la fecha y hora del deceso. ¡Ah! Y rasgarse las vestiduras. Un poquito. No sea cosa que un nene empiece a gritar que el rey está desnudo.
Morir es dormir... y tal vez soñar.
Marcelo Cejas ya no pasa las tribulaciones de Hamlet. Aprendió de golpe, o más literalmente, de golpes que morir es morir. Fue la víctima número 222 del fútbol argentino. También se ahorró de golpe (de golpes) los monólogos de los sabios del tema, mucho más enredados y despreocupados que el Príncipe de Dinamarca. También menos pensantes, pero no por ello más "actuantes" .
¿Y por qué digo que Marcelo Cejas fue víctima "del fútbol" y no de la violencia en él? Porque "la violencia" parece algo inasible, una maldición que nos ocurre y cuya responsabilidad es de otros. Sería estúpido quien negara que la marginación (económica, social, educacional, cultural) es su caldo de cultivo. "La violencia está en todas partes" repiten los responsables que no quieren que los señalen. Y es cierto, pero no en todos lados los padrinos y cómplices de ella están enquistados en posiciones de poder. Sí en la Argentina. Y especialmente en el fútbol argentino.
Hay algo positivo en este avance del cinismo. Por lo menos nos ahorran la hipocresía anterior de las reuniones urgentes, las lágrimas de cocodrilo, los congresos, las comisiones. Las comisiones para estudiar el problema de la violencia en el fútbol (nunca de la violencia "del fútbol"), digo. Las otras "comisiones" son cada vez más suculentas.
Los actores de reparto se limitan cada vez más al papel de coro griego de esta tragedia. Todos ellos, dirigentes, políticos, jugadores, son comentaristas de la realidad. "Tenemos que replantearnos todo". "¿Qué nos pasa?". Y un clásico: "somos todos responsables". Lo mismo que decía la última dictadura cuando redactó la autoamnistía. Y hay que hacer más leyes. Y más estrictas.
No se necesitan más. Sobran. Hay que cumplirlas. Muy pocos lo hacen. Sólo un tribunal condenó en serio a un grupo de barras bravas. Ya hay una sanción judicial. ¿Qué está esperando Boca para expulsarlos? Lo de siempre. Que quienes deben ser sacrificados no hablen. Para que sigan medrando los que vienen abajo y los que los mantienen desde arriba.
Hamlet se detenía a pensar qué podía pasarnos en el silencio del sepulcro. Éstos no piensan ni se detienen. Es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos.
¿"Los hombres más indignos"? A riesgo de "grondonear" (no Julio, Mariano), recurramos a la Real Academia, aclarándoles a estos tipos que no es el Racing de Santander. Indigno (del lat. indignus) es el que "no tiene mérito ni disposición para algo" o el que "es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias".
Quizás los nombres propios sean más ilustrativos. Hoy pueden ser Javier Castrilli, Aníbal Fernández o Claudio Morresi. Antes, los que se encargaron de "la seguridad en el fútbol", los pasados Ministros del Interior y los pretéritos Secretarios de Deportes, tan inexistentes como esa misma repartición. Todos ellos, inútiles (del lat. inutĭlis, aplicado a personas: no útiles).
¿Termina ahí la lista? No. Hoy pueden ser Carlos Ramacciotti incitando a la violencia, José María Aguilar con sus recurrentes amnesias ante los Tribunales, tantos futbolistas cómplices o la inexistente dirigencia de su inexistente sindicato. Antes y ahora, colegas y antecesores de Ramacciotti, de Aguilar, de esos jugadores y de su dirigencia sindical. Antes, hoy y siempre, Grondona (no Mariano, Julio).
Muchos gritan que están matando al fútbol. Que se sosieguen que eso no es así. Sólo mataron a Marcelo Cejas. Y a otros 221. Una minucia. El fútbol vive. Tranquilos que esto sigue.
Vos también tranquilo, mi estimado lector, ¡hipócrita lector, - mi semejante, - mi hermano!-.