¿Por qué escribo “Todo”, así, con mayúscula? Porque la de israelíes y palestinos no es una disputa por un pedazo de tierra, sino por Dios.
Los judíos sostienen que esas tierras (y aún más que las que actualmente corresponden al Estado de Israel) se las dio Dios, ni más ni menos. Y los palestinos, que durante casi dos mil años los judíos no la habitaron y, para colmo, se reivindican como sucesores de los filisteos, que estaban antes de que Jehová mandase a los hebreos a conquistar “la tierra que mana leche y miel”. Y, para colmo, desde Jerusalén ascendió Mahoma a los Siete Cielos.
Imaginemos el revuelo en la Argentina si se discutiera la anexión de Salta a Bolivia. Y hablamos de menos de doscientos años de historia. Pensemos entonces qué pasa cuando se habla de tres o cuatro mil años, con el agregado supremo de la cuestión religiosa. ¿Se puede empezar a entender ahora qué pasa por esos lares?
Cada acuerdo de paz (Camp David, 1978 y Oslo 1994) se llevó la muerte de alguno de sus firmantes, como Sadat o Rabin. Pero con esos acuerdos, ¿cuántas muertes se evitaron?
Una vez más, la disputa de Medio Oriente se lleva a los Estados Unidos. Pero ahora con todos los involucrados, salvo Irán (que, desde el punto de vista geográfico poco tiene que ver) y Hamas, que domina la Franja de Gaza.
Por eso en Annapolis se juega Todo.
jueves, 29 de noviembre de 2007
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