miércoles, 3 de septiembre de 2008

LÁGRIMAS VERDADERAS

Y el duro lloró. Demostró una vez más que podía ser muy duro con los débiles. Que, como amo de la vida y la muerte en Tucumán, se sentía Dios.

El otrora poderosísimo general Antonio Domingo Bussi, definitivamente catalogado por la justicia como asesino, terrorista de Estado y, como si fuera poco, corrupto (recordar sus cuentas no declaradas en bancos suizos), lloró al ser condenado. Algunos hablan de "lágrimas de cocodrilo". No. No es así. Fueron lágrimas verdaderas, por su futuro. Porque no mostró ningún arrepentimiento ni sombra de duda.

Hemos visto la imagen de un pobre viejito achacoso e inofensivo. No nos quedemos con ella. La verdadera imagen de Antonio Domingo Bussi es la del que no permitió que sus víctimas llegaran a la justicia. Justicia de la que él sí disfrutó. Y está muy bien que así sea.

Habrá que citar otra vez la célebre frase de Lanata: "un hijo de puta, con el paso del tiempo, se convierte en un viejo hijo de puta".

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