Los versos (y la canción entera) de Toquinho son una maravilla, pero no se ajustan a la realidad.
Aunque tengamos que bajar innúmeros peldaños en la escalera de la calidad artística, creo que lo de Fito Páez (“Todo termina al fin, nada puede escapar / Todo tiene un final, todo termina”) se adapta mejor a mi estado de ánimo futbolero. Siento una infinita melancolía por el final del ciclo del Barça. No porque piense que terminó ayer, sino por saber que, tarde o temprano, se va a acabar.
Tengo algunos recuerdos lejanos del Ajax que apabulló a Independiente en 1972, base de la “Naranja Mecánica” que exprimió a la Argentina dos años después. Allí comienza el lazo Ámsterdam-Barcelona, cuando Cruyff se viste de blaugrana.
Vi de manera mucho más consciente a la Holanda del ’78, pero ya eran sólo los últimos destellos de una estrella apagada.
Hay que andar mucho en el tiempo para reencontrarse con aquellos trazos en el Barça tricampeón dirigido por el gran Johan, pero que terminó aplastado por el Milan de Capello en la recordada final de Atenas ‘94.
Más adelante, el péndulo volvió a Ámsterdam, con el nuevo Ajax de Van Gaal. Pero, pese a los títulos, no cuajó del todo cuando se trasplantó a tierra barcelonesa.
Sin embargo, las semillas estaban germinando. Y dieron esta flor rara, única y exquisita que es el mejor equipo de la historia: este Barça de Guardiola.
Aquí debo detenerme para homenajear a Estudiantes: el único que estuvo a punto de cortar esa flor.
Y sigo. Algunos me dirán que es una osadía llamarlo el mejor equipo de la historia, sin haber visto la mayor parte de ella. Pero me animo y redoblo la apuesta: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno como este equipo que tanto da y tanto le quita a los otros.
Por eso, más que disfrutar como disfruté la final de ayer, la sensación que me domina es la melancolía. Todo tiene un final, todo termina.
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