Hoy los diarios publican una solicitada firmada por 99 clubes afiliados de manera directa o indirecta a la AFA, haciendo una defensa de Grondona ante su presunta cercanía con los jerarcas de la dictadura. Por allí circulan fotos que lo muestran reunido con Videla. También las hay de muchísima gente (el propio Ernesto Sábato) fuera de toda sospecha de connivencia.
Quien sostenga que esas imágenes convierten a “Don Julio” en algo así como un represor, no es más que un estúpido. Menotti, por ejemplo, tenía más relación con los militares y eso no implica que los jugadores del ’78 fuesen torturadores o tiraran detenidos al mar.
Pero no me vengan a contar una historia de Papá Noel, señores de la AFA, que el SEÑOR DE LA AFA no es precisamente un anciano del Polo Norte. Aunque sí les reconozco –ustedes lo saben sobradamente- que reparte muchos regalos. A tal punto que, con el correr de los años se ha convertido en un próspero traficante de favores.
No voy a mencionar aquí los negocios y negociados que han podido realizar los amigos de Grondona. De eso hablé cientos de veces. Hoy se trata de otro tema, las relaciones con el poder.
En una nota sobre las internas de la AMIA publicada el 3 de abril en “La Nación”, el colega Jaime Rosemberg recuerda la frase que desde hace innumerables años repiten los rabinos a quienes se casan según la ley judía: "la relación que deben tener entre ustedes se asemeja a la que los seres humanos tienen con el fuego. No conviene estar demasiado cerca, porque eso implicaría quemarse, pero tampoco demasiado lejos, porque la lejanía lleva a morirse de frío". El periodista agrega que ese mismo consejo se extiende a la relación que cada comunidad judía debe tener con los poderes de turno.
Y cuando hablamos de poderes, hay que recordar que en la Argentina, el fútbol es una cuestión de Estado. Lo fue para Roca, para Perón, para la última dictadura con el Mundial ’78, para los funcionarios de Alfonsín que querían echar a Bilardo y lo es para el actual gobierno en su pelea con el Grupo Clarín.
Eso Grondona lo entendió muy claro. Si bien no era el preferido de Lacoste para presidir la AFA, supo maniobrar muy bien con el marino. Al tal punto que, vuelta la democracia, cuando se planteó que un tipo de esa calaña no podía seguir siendo representante en la FIFA, Grondona defendió la postura de Lacoste, lo que le granjeó la confianza de alguien mucho más importante en su vida: el capo de la FIFA, el ex waterpolista João Havelange. A partir de allí fueron como Batman y Robin. Cuando Batman se retiró, Robin no pretendió sucederlo. Siguió siendo segundo, pero convertido en un hacedor de primeros. Su poder se extendió a tal punto que él mismo se denominó “Vicepresidente del Mundo”.
Pese a su defensa de Lacoste, en la primavera democrática argentina, el hombre que todavía era de Sarandí desempolvó su boina blanca (“fui radical toda la vida, militando junto a Herminio Sande”). Claro que, cuando cambiaron los vientos, eso no le impidió apoyar la “Plaza del Sí” que Neustadt le ofrendó a Menem. Su acuerdo con Torneos y Competencias comenzó en 1985, pero en los privatistas años ’90 se amplió a Clarín y el fútbol codificado. También tuvo relación con el menemato. Hasta que fue pieza fundamental para que el kirchnerismo le quitara al Grupo Clarín la televisación del fútbol. En el anuncio, compartió cámaras con la Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Siempre supo acomodarse. Hasta geográficamente. Abandonó su Sarandí natal por Puerto Madero, aunque es casi un habitante más de Zúrich.
En resumen. No se puede considerar a Grondona un elemento de la dictadura. Mantuvo y aceitó sus relaciones con todos los poderes de turno. Pero de los capos de las corporaciones es el único que se mantiene desde esa época. Y sin ninguna autocrítica, como sí hicieron la Iglesia, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación y hasta los sindicatos.
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