Fue EL tema de la semana. ¿Para quiénes? Para los que integramos el ámbito periodístico, tan amigo del ombliguismo. Beatriz Sarlo estuvo en “6, 7, 8” y todavía seguimos con ese monotema. De ambos lados se saludó que hubiera debate. Y un fue así. Después de mucho tiempo hubo UN debate. ¡A la puta! ¡Qué muestra de decadencia! ¡Basta para mí! Esto es lo último que voy a decir sobre el tema.
Antes que nada, quiero marcar que ese programa, de movida, se llamaba “6 en el 7 a las 8”. Horrible por donde se lo mire. Después se lo acotó como “6, 7, 8”, pero cada uno de esos números ha perdido sentido. Veamos. “6”: a veces son 5, a veces 7, a veces 8, como el “martes de Sarlo”. “7”: ahora es “la Televisión Pública”. “8”: hace rato que empieza a las 21.
Ahora sí. En todas las redes sociales (y somos muy pocos argentinos los que estamos en ellas) se empezó a anunciar que Beatriz Sarlo, estudiosa del fenómeno generado por el programa iba a estar en él.
Como al panel estable, que tiene un conductor casi mudo, no le daba el “piné”, pidieron refuerzos. Como el Chapulín Colorado, llegaron Ricardo Forster desde la filosofía y Gabriel Mariotto, para buscar pelea.
No veo 678 por varios motivos. De forma y de fondo. Primero, porque no hace periodismo, sino propaganda. Segundo, porque esa propaganda es endogámica: le habla al círculo ya convencido. Tercero, porque se paga con cuantiosos fondos públicos. Y, por último, pero más importante, porque considero a Diego Gvirtz un mercenario. Años ha, armó un programa para “pegarle” a Torneos y Competencias, con el fin de lograr que Torneos volviera a contratarlo. Cuando lo logró, dejó en banda a los que lo habían acompañado en la “patriada”. Ustedes disculpen, pero jamás comería en un restaurante donde sé que el cocinero no se lava las manos.
De todos modos, lograron la repercusión que querían: rozaron los 4 puntos. Es decir que lo vimos menos de 400.000 tipos sobre 13 millones que habitan el Área Metropolitana. Sarlo le sumó un punto a los 3 habituales.
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Que Sarlo les pasó el trapo, no hay dudas. Pero no por el tan difundido “Conmigo no, Barone”, de efímera fama. Porque no hay de dónde atacarla. Ni por su formación, ni por su historia, ni por su actualidad. Trabaja en Radio Mitre, pero dejó en claro que de una vez hay que hacerles el ADN a los hijos adoptivos de la señora de Noble. Y, aunque en términos mucho más medidos que los que utilizo yo, considera a Gelblung una rata. Ninguno de los integrantes del programa dijo algo ni cercano cuando trabajaron en el tan justamente denostado Grupo Clarín. Y fueron muchos de ellos: Galende, Russo, Barone, Barragán y el mismo Gvirtz.
No voy a extenderme en ello. Mucho se ha hablado esta semana desde todos lados.
Sólo quiero marcar ciertas cosas. Algunas, ya sabidas, como el cambio de política comunicacional del kirchnerismo. Recuerden que en 2003/2004, el hoy resucitado Alberto Fernández decía: “Kirchner no necesita a los medios. Él se comunica directamente con el pueblo”. El famoso atril.
Otra, que me llamó la atención cuando el debate por la Ley de Medios. El argumento central del oficialismo es que somos todos estúpidos, que sólo nos informamos y opinamos con el cerebro lavado por “los medios hegemónicos”. Por su parte, la oposición sostenía que el gobierno quería armar un monopolio para lavarnos la cabeza. Es curioso, en lo que coincidían todos los representantes es que sus votantes somos estúpidos. Y no lo somos. Ni de un lado ni del otro. Eso, creo que es lo más importante del “6, 7, 8” del martes.
lunes, 30 de mayo de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
TRISTEZA NÃO TEM FIN, FELICIDADE SIM
Los versos (y la canción entera) de Toquinho son una maravilla, pero no se ajustan a la realidad.
Aunque tengamos que bajar innúmeros peldaños en la escalera de la calidad artística, creo que lo de Fito Páez (“Todo termina al fin, nada puede escapar / Todo tiene un final, todo termina”) se adapta mejor a mi estado de ánimo futbolero. Siento una infinita melancolía por el final del ciclo del Barça. No porque piense que terminó ayer, sino por saber que, tarde o temprano, se va a acabar.
Tengo algunos recuerdos lejanos del Ajax que apabulló a Independiente en 1972, base de la “Naranja Mecánica” que exprimió a la Argentina dos años después. Allí comienza el lazo Ámsterdam-Barcelona, cuando Cruyff se viste de blaugrana.
Vi de manera mucho más consciente a la Holanda del ’78, pero ya eran sólo los últimos destellos de una estrella apagada.
Hay que andar mucho en el tiempo para reencontrarse con aquellos trazos en el Barça tricampeón dirigido por el gran Johan, pero que terminó aplastado por el Milan de Capello en la recordada final de Atenas ‘94.
Más adelante, el péndulo volvió a Ámsterdam, con el nuevo Ajax de Van Gaal. Pero, pese a los títulos, no cuajó del todo cuando se trasplantó a tierra barcelonesa.
Sin embargo, las semillas estaban germinando. Y dieron esta flor rara, única y exquisita que es el mejor equipo de la historia: este Barça de Guardiola.
Aquí debo detenerme para homenajear a Estudiantes: el único que estuvo a punto de cortar esa flor.
Y sigo. Algunos me dirán que es una osadía llamarlo el mejor equipo de la historia, sin haber visto la mayor parte de ella. Pero me animo y redoblo la apuesta: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno como este equipo que tanto da y tanto le quita a los otros.
Por eso, más que disfrutar como disfruté la final de ayer, la sensación que me domina es la melancolía. Todo tiene un final, todo termina.
Aunque tengamos que bajar innúmeros peldaños en la escalera de la calidad artística, creo que lo de Fito Páez (“Todo termina al fin, nada puede escapar / Todo tiene un final, todo termina”) se adapta mejor a mi estado de ánimo futbolero. Siento una infinita melancolía por el final del ciclo del Barça. No porque piense que terminó ayer, sino por saber que, tarde o temprano, se va a acabar.
Tengo algunos recuerdos lejanos del Ajax que apabulló a Independiente en 1972, base de la “Naranja Mecánica” que exprimió a la Argentina dos años después. Allí comienza el lazo Ámsterdam-Barcelona, cuando Cruyff se viste de blaugrana.
Vi de manera mucho más consciente a la Holanda del ’78, pero ya eran sólo los últimos destellos de una estrella apagada.
Hay que andar mucho en el tiempo para reencontrarse con aquellos trazos en el Barça tricampeón dirigido por el gran Johan, pero que terminó aplastado por el Milan de Capello en la recordada final de Atenas ‘94.
Más adelante, el péndulo volvió a Ámsterdam, con el nuevo Ajax de Van Gaal. Pero, pese a los títulos, no cuajó del todo cuando se trasplantó a tierra barcelonesa.
Sin embargo, las semillas estaban germinando. Y dieron esta flor rara, única y exquisita que es el mejor equipo de la historia: este Barça de Guardiola.
Aquí debo detenerme para homenajear a Estudiantes: el único que estuvo a punto de cortar esa flor.
Y sigo. Algunos me dirán que es una osadía llamarlo el mejor equipo de la historia, sin haber visto la mayor parte de ella. Pero me animo y redoblo la apuesta: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno como este equipo que tanto da y tanto le quita a los otros.
Por eso, más que disfrutar como disfruté la final de ayer, la sensación que me domina es la melancolía. Todo tiene un final, todo termina.
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domingo, 15 de mayo de 2011
ACERCARSE DEMASIADO AL SOL
Hoy los diarios publican una solicitada firmada por 99 clubes afiliados de manera directa o indirecta a la AFA, haciendo una defensa de Grondona ante su presunta cercanía con los jerarcas de la dictadura. Por allí circulan fotos que lo muestran reunido con Videla. También las hay de muchísima gente (el propio Ernesto Sábato) fuera de toda sospecha de connivencia.
Quien sostenga que esas imágenes convierten a “Don Julio” en algo así como un represor, no es más que un estúpido. Menotti, por ejemplo, tenía más relación con los militares y eso no implica que los jugadores del ’78 fuesen torturadores o tiraran detenidos al mar.
Pero no me vengan a contar una historia de Papá Noel, señores de la AFA, que el SEÑOR DE LA AFA no es precisamente un anciano del Polo Norte. Aunque sí les reconozco –ustedes lo saben sobradamente- que reparte muchos regalos. A tal punto que, con el correr de los años se ha convertido en un próspero traficante de favores.
No voy a mencionar aquí los negocios y negociados que han podido realizar los amigos de Grondona. De eso hablé cientos de veces. Hoy se trata de otro tema, las relaciones con el poder.
En una nota sobre las internas de la AMIA publicada el 3 de abril en “La Nación”, el colega Jaime Rosemberg recuerda la frase que desde hace innumerables años repiten los rabinos a quienes se casan según la ley judía: "la relación que deben tener entre ustedes se asemeja a la que los seres humanos tienen con el fuego. No conviene estar demasiado cerca, porque eso implicaría quemarse, pero tampoco demasiado lejos, porque la lejanía lleva a morirse de frío". El periodista agrega que ese mismo consejo se extiende a la relación que cada comunidad judía debe tener con los poderes de turno.
Y cuando hablamos de poderes, hay que recordar que en la Argentina, el fútbol es una cuestión de Estado. Lo fue para Roca, para Perón, para la última dictadura con el Mundial ’78, para los funcionarios de Alfonsín que querían echar a Bilardo y lo es para el actual gobierno en su pelea con el Grupo Clarín.
Eso Grondona lo entendió muy claro. Si bien no era el preferido de Lacoste para presidir la AFA, supo maniobrar muy bien con el marino. Al tal punto que, vuelta la democracia, cuando se planteó que un tipo de esa calaña no podía seguir siendo representante en la FIFA, Grondona defendió la postura de Lacoste, lo que le granjeó la confianza de alguien mucho más importante en su vida: el capo de la FIFA, el ex waterpolista João Havelange. A partir de allí fueron como Batman y Robin. Cuando Batman se retiró, Robin no pretendió sucederlo. Siguió siendo segundo, pero convertido en un hacedor de primeros. Su poder se extendió a tal punto que él mismo se denominó “Vicepresidente del Mundo”.
Pese a su defensa de Lacoste, en la primavera democrática argentina, el hombre que todavía era de Sarandí desempolvó su boina blanca (“fui radical toda la vida, militando junto a Herminio Sande”). Claro que, cuando cambiaron los vientos, eso no le impidió apoyar la “Plaza del Sí” que Neustadt le ofrendó a Menem. Su acuerdo con Torneos y Competencias comenzó en 1985, pero en los privatistas años ’90 se amplió a Clarín y el fútbol codificado. También tuvo relación con el menemato. Hasta que fue pieza fundamental para que el kirchnerismo le quitara al Grupo Clarín la televisación del fútbol. En el anuncio, compartió cámaras con la Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Siempre supo acomodarse. Hasta geográficamente. Abandonó su Sarandí natal por Puerto Madero, aunque es casi un habitante más de Zúrich.
En resumen. No se puede considerar a Grondona un elemento de la dictadura. Mantuvo y aceitó sus relaciones con todos los poderes de turno. Pero de los capos de las corporaciones es el único que se mantiene desde esa época. Y sin ninguna autocrítica, como sí hicieron la Iglesia, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación y hasta los sindicatos.
Quien sostenga que esas imágenes convierten a “Don Julio” en algo así como un represor, no es más que un estúpido. Menotti, por ejemplo, tenía más relación con los militares y eso no implica que los jugadores del ’78 fuesen torturadores o tiraran detenidos al mar.
Pero no me vengan a contar una historia de Papá Noel, señores de la AFA, que el SEÑOR DE LA AFA no es precisamente un anciano del Polo Norte. Aunque sí les reconozco –ustedes lo saben sobradamente- que reparte muchos regalos. A tal punto que, con el correr de los años se ha convertido en un próspero traficante de favores.
No voy a mencionar aquí los negocios y negociados que han podido realizar los amigos de Grondona. De eso hablé cientos de veces. Hoy se trata de otro tema, las relaciones con el poder.
En una nota sobre las internas de la AMIA publicada el 3 de abril en “La Nación”, el colega Jaime Rosemberg recuerda la frase que desde hace innumerables años repiten los rabinos a quienes se casan según la ley judía: "la relación que deben tener entre ustedes se asemeja a la que los seres humanos tienen con el fuego. No conviene estar demasiado cerca, porque eso implicaría quemarse, pero tampoco demasiado lejos, porque la lejanía lleva a morirse de frío". El periodista agrega que ese mismo consejo se extiende a la relación que cada comunidad judía debe tener con los poderes de turno.
Y cuando hablamos de poderes, hay que recordar que en la Argentina, el fútbol es una cuestión de Estado. Lo fue para Roca, para Perón, para la última dictadura con el Mundial ’78, para los funcionarios de Alfonsín que querían echar a Bilardo y lo es para el actual gobierno en su pelea con el Grupo Clarín.
Eso Grondona lo entendió muy claro. Si bien no era el preferido de Lacoste para presidir la AFA, supo maniobrar muy bien con el marino. Al tal punto que, vuelta la democracia, cuando se planteó que un tipo de esa calaña no podía seguir siendo representante en la FIFA, Grondona defendió la postura de Lacoste, lo que le granjeó la confianza de alguien mucho más importante en su vida: el capo de la FIFA, el ex waterpolista João Havelange. A partir de allí fueron como Batman y Robin. Cuando Batman se retiró, Robin no pretendió sucederlo. Siguió siendo segundo, pero convertido en un hacedor de primeros. Su poder se extendió a tal punto que él mismo se denominó “Vicepresidente del Mundo”.
Pese a su defensa de Lacoste, en la primavera democrática argentina, el hombre que todavía era de Sarandí desempolvó su boina blanca (“fui radical toda la vida, militando junto a Herminio Sande”). Claro que, cuando cambiaron los vientos, eso no le impidió apoyar la “Plaza del Sí” que Neustadt le ofrendó a Menem. Su acuerdo con Torneos y Competencias comenzó en 1985, pero en los privatistas años ’90 se amplió a Clarín y el fútbol codificado. También tuvo relación con el menemato. Hasta que fue pieza fundamental para que el kirchnerismo le quitara al Grupo Clarín la televisación del fútbol. En el anuncio, compartió cámaras con la Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Siempre supo acomodarse. Hasta geográficamente. Abandonó su Sarandí natal por Puerto Madero, aunque es casi un habitante más de Zúrich.
En resumen. No se puede considerar a Grondona un elemento de la dictadura. Mantuvo y aceitó sus relaciones con todos los poderes de turno. Pero de los capos de las corporaciones es el único que se mantiene desde esa época. Y sin ninguna autocrítica, como sí hicieron la Iglesia, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación y hasta los sindicatos.
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