Los religiosos dirán que Dios sabe por qué suceden las cosas. Los ateos dirán que la existencia de Haití es un prueba lacerante de la inexistencia de un Ser Supremo.
Gracias a un terremoto el mundo se enteró de que hay un país llamado Haití que sobrevive en la miseria. El sismo fue sólo una anécdota. Dolorosísima por su costo en vidas humanas, pero anécdota tras un país que está igual o peor luego de más de dos siglos de independencia.
La marginación, la miseria, la violencia, la inexistencia de un horizonte son el pan cotidiano de los habitantes del país más pobre del hemisferio. Lo eran también hace una semana, dos, un año o cuatro décadas. Pero nos enteramos sólo cuando el terremoto fue tapa de los diarios del mundo. ¿Nos acordaremos de ellos dentro de un mes?
Y algo más. La marginación, la miseria, la violencia, la inexistencia de un horizonte son el pan cotidiano de muchos habitantes de nuestrol país. ¿Nos duelen más los muertos y los hambrientos de Puerto Príncipe que los del Chaco, Santiago del Estero, Catamarca, Jujuy, el conurbano o la mismísima Ciudad de Buenos Aires? ¿Nos acordaremos de ellos alguna vez?
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